Conocí a Fernández-Cuesta cuando Mariano Asenjo, redactor jefe de Mundo Obrero en ese momento, me lo presentó hace casi 20 años. En esa etapa, yo participaba en una guerra contra los molinos de viento de las incompatibilidades de diputado o diputada y alcalde o alcaldesa; por el principio de rotación para que no repitieran más de dos o tres mandatos los elegidos en cargos públicos; contra tirios y troyanos. Me daba igual, si votaba contra unos o contra otros en las reuniones del Consejo Político de IU. Para mí, Fernández-Cuesta, era un protorredactor de lo que quisiera, pero me parecía más ingenuo que yo en mover a los dirigentes de sus inercias.
Fernández se reía, se sorprendía de mi ingenuidad o de la forma de plantear las cosas a las bravas. Se distanciaba de la situación y desarrollaba ironías. Después, trataba de llevarnos a medio plazo, por encima de una coyuntura galopante, hacia la mímesis entre clase obrera y las tareas del Partido. Aunque nadie sabía qué se podía hacer para pasar del partido al Partido de la Clase Obrera.
Me dejaba anonadado con citas de autores, libros, historias… Parecía saberlo todo. Como venía de Italia tenía unas expresiones que las incorporé, el telefonino, por ejemplo. Discutíamos sobre el papel de la autonomía y Toni Negri, uno de los autores que después editó en Debate.
Desarrollábamos debates, comidas pantagruélicas en un restaurante chino de menos de 10 euros y volvíamos a la política. El era un hombre del partido. Me contó anécdotas familiares. La prisión de Santoña. La división familiar de los Fernández-Cuesta.
Con la crisis económica, tras los malos resultados electorales, se hizo cargo de Mundo Obrero. Pero tenía que compaginar el ser lector de originales con el trabajo de redacción y búsqueda de colaboraciones. Tenía en esa etapa los ojos rojos. Leía casi un libro al día. Me inundaba de lecturas. Escribía artículos. Con el cierre de edición como guillotina sin que algunos cumplieran los plazos dados y había que completar o rehacer páginas como con la muerte de Carlos Cano. Compaginaba lo firmado con su nombre y la gloriosa María Toledano a la que llegaban cartas de lectores, una abuela roja con una nieta rebelde. La ortodoxia de la clase obrera, Toledano, y la nueva visión utópica y antiburocrática de la nieta. Sus dos almas juntas, su propio alter ego. Quería un Mundo Obrero mensual reflexivo, más cercano a grandes artículos estratégicos y atemporales.
Prácticamente, nos fuimos de la sede de Olimpo de IU y del PCE al mismo tiempo, para buscarnos la soldada. Coincidimos en el espacio. La editorial Debate y mi trabajo estaban a 100 metros. Muchas veces desayunábamos o comíamos juntos, Siempre los libros, las lecturas comunes. Comentábamos las cosas de la vida. No se paraba la conversación.
Iba a muchas de sus presentaciones de libros. Sobre Palestina, con Edward Said; con Toni Negri,..
Después en Península. Sus artículos. Muchas comidas. Muchas risas. Mucha vida. Siempre con un libro y una sugerencia de lectura y de discutir todos los molinos de viento.
0 comentarios