Me encuentro en Jerusalén. Me habla un trabajador palestino. De la ciudad. No es israelí. Es una de las personas que padecen la ocupación.
Denuncia la retirada del permiso de trabajo -que da la potencia ocupante israelí en Jerusalén- a los trabajadores de hostelería como antes a los de un hospital palestino. Los expulsados del trabajo, nuevos pobres que vivirán de la asistencia internacional, no son israelíes. Ése es su pecado. Ni siquiera son judíos franceses o españoles que pueden adquirir la nacionalidad israelí, mientras que a los refugiados palestinos se les impide volver a sus hogares, ni siquiera a los refugiafos palestinos en Siria, que están sufriendo un doble éxodo.
El espejismo, la coartada de que hay un «proceso de paz», duerme conciencias y agrava las complicidades con el ocupante. En la sede de las Naciones Unidas, en Bruselas o entre los grupos municipales del PP y Ciudadanos de Gijón.
¿A qué Israel defienden esos grupos? ¿A un Estado ocupante y que practica el apartheid? Yo creo que los ciudadanos de Gijón, por medio de otros grupos políticos, han dado una respuesta adecuada: aunar la defensa de los derechos humanos con los actos y la palabra, y apoyar y defender, no alimentar al ocupante israelí y su economía del apartheid.
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