Al puerto de Bueu llegará el «Marianne», un antiguo pesquero sueco reconvertido en un barco de la nueva flotilla de la libertad. Se dirige a Gaza. Este territorio palestino lleva bloqueado desde 2007, aunque ya antes había cierres intermitentes.
Gaza tiene 360 km2 y tiene 1, 8 millones de habitantes, de los que cerca del 80 por ciento son refugiados, es decir originarios de otras partes de la Palestina histórica y sus descendientes expulsados por Israel y que, a pesar de las infinitas resoluciones de las Naciones Unidas, no pueden regresar a sus hogares. Eso explica la alta densidad de población.
Hasta hace poco, exportaba flores, naranjas, a través de los pasos fronterizos y su puerto. El aeropuerto fue construido con fondos de la cooperación española e inaugurado por Aznar. Fue destruido por Israel y España nunca ha reclamado por esos daños. Los pesqueros gazatíes no pueden salir más allá de seis millas y en ocasiones hasta tres millas. En sus aguas marinas hay gas que solo puede explotar Israel.
La destrucción israelí de infraestructuras civiles en el verano pasado alcanzó una central eléctrica afectando gravemente a la potabilización del agua. Un agua colonizada por Israel y cuyas aguas negras contaminan los acuíferos de Gaza. La conferencia de donantes, tras la tregua, acordó el levantamiento del bloqueo, el suministro de materiales de reconstrucción para los 500.000 habitantes afectados por la destrucción de sus viviendas y colegios.
El bloqueo sigue. El paso de Egipto está más veces cerrado que abierto. Los suministros entran con control israelí y en buena medida cuando son comprados en la economía israelí, que se beneficia de la destrucción y reconstrucción.
Frente a eso, hay un movimiento ciudadano, en España organizado a través de Rumbo a Gaza, que reclama el libre tránsito por aguas internacionales de pasajeros y mercancías de y hacia Gaza. Que reclama el respeto al derecho internacional y que los gobiernos se comprometan a defender los derechos humanos y el derecho internacional. Que no esté al albur de piratas y matones en Somalia o en el Mediterráneo. Ese es el camino que emprende el «Marianne» y otros barcos y las de las personas que entienden que la paz solo se hace con justicia.
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